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Kindertotenlieder (Canciones a la muerte de los niños)
Kindertotenlieder (Canciones a la muerte de los niños) es un ciclo de canciones, de unos veinte minutos de duración, para voz y orquesta de Gustav Mahler. Las canciones toman su letra de poemas de Friedrich Rückert.
Los Kindertotenlieder originales eran un ciclo de 425 poemas escritos por Rückert en 1833–1834 en un arranque de pesar después de que dos de sus hijos fallecieran en un intervalo de dieciséis días.
La recepción del carácter sombrío del ciclo se ha visto incrementada por el hecho de que cuatro años después de escribirlo Mahler perdió a su hija María, de cuatro años, por la escarlatina. Escribió a Guido Adler: «Me coloqué en la situación de haber perdido un hijo. Cuando realmente perdí a mi hija, no podría haber escrito estas canciones nunca más».
El compositor escribió acerca de la ejecución de la obra, «estas cinco canciones están pensadas como una unidad inseparable, y la ejecución no debe interferir con su continuidad».
Kindertotenlieder (Canciones a los niños muertos) la que marcó su destino trágico. A poco de estrenarla, murió Maria, su hija mayor, de escarlatina y difteria. Alma, su esposa, jamás le perdonó esa obra que, según ella, había atraído la desgracia al evocar la muerte de tantos niños, como las que habían presenciado en su propia experiencia familiar.
Poco después, a Mahler le diagnosticaron una afección cardiaca que sería la causa de su muerte.
Su matrimonio con Alma Schindler entró en crisis: él le había pedido que abandonara sus estudios de música para dedicarse al cuidado de su familia. La muerte de Maria precipitó la rebelión de Alma, quien se cuestionó este sacrificio de su talento y además inició una relación con el arquitecto Walter Gropius –futuro creador de la Bauhaus–.
Sin embargo, fue él quien popularizó a Wagner con sus interpretaciones magistrales.
Acosado por estos problemas personales, Mahler tuvo una consulta con Sigmund Freud. Probablemente, el padre del psicoanálisis haya diagnosticado su neurosis obsesiva, que lo llevaba a esos extremos de intolerancia, con algún sesgo de sadismo, que le habían ganado fama de tirano. Mahler se peleaba con todo el mundo: intérpretes, músicos de las orquestas, personal del teatro, colegas, críticos.
Mahler plasmó su estado anímico en la que se convertiría en su Décima Sinfonía (aunque intentó evitar la “maldición de la novena” al no numerar como tal a Das Lied von der Erde (La canción de la tierra), obra que también tiene forma de sinfonía…). “Para mí, escribir una sinfonía es como construir un mundo”.
Mahler murió de una endocarditis que complicó la afección cardiovascular diagnosticada en 1908, antes de asumir la dirección del Metropolitan Opera House de Nueva York, adonde viajó con su esposa e hija.
De regreso en Europa, terminó su Octava Sinfonía y, después de una intensa gira, comenzó a tener fiebre muy alta el 20 de febrero de 1911. Se le diagnosticó endocarditis. Fue el primer paciente al que se le realizó un hemocultivo para detectar al germen en sangre (Alemania, gracias a figuras como Koch, Virchow y Helmholtz, tenía la medicina más adelantada del mundo) : el resultado reveló un estreptococo, germen de alta mortalidad en la era preantibiótica.
Mahler no solo hizo historia en la música, también en la medicina.