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Symphony No. 5

Gustav Mahler falleció el 18 de mayo de 1911, pero partes de él habían muerto en sus obras, que evocaban al final de nuestras vidas en cada acorde.

Mahler, hijo de un posadero de origen judío, había vivido la muerte de seis de sus catorce hermanos. Con esa experiencia, resultaba casi imposible que este niño prodigio no hubiese transmitido esta melancolía profunda que se percibe en sus primeras obras, como Das klagende Lied (La canción del lamento), su primera sinfonía Titán, o la segunda, Resurrección, que incluye una marcha fúnebre.

Poco antes de componer su Quinta Sinfonía, sufrió una hemorragia digestiva que lo dejó al borde de la muerte. Por tal razón para él, esta sinfonía representaba el triunfo de la vida.

Pero fue su Kindertotenlieder (Canciones a los niños muertos) la que marcó su destino trágico. A poco de estrenarla, murió Maria, su hija mayor, de escarlatina y difteria. Alma, su esposa, jamás le perdonó esa obra que, según ella, había atraído la desgracia al evocar la muerte de tantos niños, como las que habían presenciado en su propia experiencia familiar.

Poco después, a Mahler le diagnosticaron una afección cardiaca que sería la causa de su muerte.

“Para mí, escribir una sinfonía es como construir un mundo”.

Mahler murió de una endocarditis que complicó la afección cardiovascular diagnosticada en 1908, antes de asumir la dirección del Metropolitan Opera House de Nueva York, adonde viajó con su esposa e hija.

De regreso en Europa, terminó su Octava Sinfonía y, después de una intensa gira, comenzó a tener fiebre muy alta el 20 de febrero de 1911. Se le diagnosticó endocarditis. Fue el primer paciente al que se le realizó un hemocultivo para detectar al germen en sangre (Alemania, gracias a figuras como Koch, Virchow y Helmholtz, tenía la medicina más adelantada del mundo) : el resultado reveló un estreptococo, germen de alta mortalidad en la era preantibiótica.
Mahler no solo hizo historia en la música, también en la medicina.

El músico fue enterrado en el cementerio de Grinzing, bajo una lápida que solo dice su nombre. A pesar de haber pedido una ceremonia íntima (Alma no asistió por recomendación médica), estuvieron presentes Arnold Schönberg, Bruno Walter y el pintor Gustav Klimt.

(…)

Hasta su muerte, en 1960, Alma Schindler una acérrima defensora de la difusión de la música de Mahler, que había sido prohibida por el nazismo.

Acostumbrado a las críticas, decía: “Nunca se deje llevar por la opinión de sus contemporáneos. Persevere en su camino”.

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En ninguna otra sinfonía Mahler luchó tanto con la instrumentación de la obra. Todavía en 1911, año de su muerte, Mahler volvió a revisar la instrumentación. Sin embargo, esta versión no apareció impresa hasta 1964 como parte de la Mahler Complete Edition.

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